Bond, saga Craig (II)
“Si
no negociamos con villanos, no habría casi nadie con quien negociar. Al mundo
se le acaba el petróleo, M. Los rusos no cooperan. Los estadounidenses y los
chinos se reparten lo que queda. Lo correcto o incorrecto no importa. Actuamos
por necesidad”,
Escena relevante, el superior responde a M, enojada con los cuestionamientos que la CIA hace sobre el agente. M le hace saber que Bond cumple con su deber, desmantelando una red de financiamiento ilícito de grupos terroristas. Pero los fines del estado son supeiores.
La ética de Bond, entendiendo que las restricciones del MI6 eran una operación para facilitar el petróleo a los estadounidenses, queda explícitamente limitada al ser comprendido por el servicio inglés como mero medio. Posiblemente sea esta una de las escenas de crudo realismo político. Todo el sistema internacional y sus distintas instancias de mediación y organización se reducen a un fraude hacia los Estados periféricos, mientras que los imperios (China, Estados Unidos, Europa, Rusia y la propia Gran Bretaña) se reparten el mundo con la condición tácita de no valerse del hard power o, en caso contrario, operar con la prolijidades exigidas en la tarea de dominación. Hans Morgenthau, un realista clásico en la teoría de las relaciones internacionales, afirma que “Al ser el nuestro un mundo de intereses opuestos y conflictivos, los principios morales nunca puede realizarse plenamente. Pero al menos podemos acercarnos a ellos mediante el siempre temporario equilibrio de intereses y la siempre precaria conciliación de los conflictos.” (MORGENTHAU, HANS J. (1948) Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz (tit. orig.: Politics among nations. The struggle for power and peace), Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1986, p. 11-12). La obtención del rol de actor global tiene por requisito la el equilibrio de escepticismo y astucia en la pugna por la conservación y expansión de espacios de poder en una economía mundial fatalmente caótica (consumista y pauperizante, fetichista y excluyente). No tienen posibilidad aquí las opciones idealistas, siendo elucubraciones desconocidas y conspiraciones visibilizadas sólo a en la estela de sus ejecuciones la muestra de la imposibilidad de un mundo estable o, cuanto menos, previsible.
Dominique Green (Mathieu Amalric) es un agente de Quantum, un especulador
que manipula la política de países periféricos en beneficio de su organización.
El asunto que ocupa esta entrega es el acuerdo entre el derrocado dictador
Medrano y Green, quien alardea sobre su capacidad para desestabilizar países, proporcionar
seguridad privada, sobornar funcionarios y obtener reconocimiento de legitimidad
de un gobierno en 26 naciones.
La reminiscencia con la historia reciente regional es un lugar
común, posiblemente extensible a otras regiones del globo. Así, la ingeniería
política de la CIA bajo el cerebro maligno de Allen Dulles y sus continuadores
protagonizó de la concupiscencia de monstruosos programas de inteligencia
destinados a resguardar sin límite de costos la dominación hemisférica y una
reformulación neoliberal del sistema económico con alianza de plutócratas y
militares terroristas locales sustentados en una clase media irritable y
cobarde ante la participación de las masas en la escena política. El paradigma
de dominación exigió en la posteridad mayores sutilezas como el anonimato, el
traspaso de la agencia pública a la corporación privada o el afianzamiento de
criterios de legitimidad contractual frente a la influencia del capital
financiero transnacionalizado, visibilizado en los foros de clase de Davos,
Bilderberg o la Comisión Trilateral: el orden global organiza su caos bajo una
minoría antidemocrática y privilegiada que instrumenta desde los Estados
Centrales dispositivos y hegemonía sobre las naciones débiles y desorganizados.
La clandestinidad de una organización que ha des-territorializado su área de
tareas y cooptado rentísticamente excedentes nacionales pone en entredicho la
legitimidad del Estado y prevé la lógica
del reparto de una inteligencia dislocada, es decir, que ha mutado desplazándose
de su lugar original.
Diversos factores vuelven interesante el film. Los villanos son
apenas agentes visibles de las organizaciones que operan. Al mismo tiempo, se
observa que los secretos de la profesión de las organizaciones estatales y no
estatales son bastantes limitados. También la puja inescrupulosa por los
recursos evidencia la manipulación de las naciones, al tiempo que se expone a organizaciones
criminales en un pie de igualdad con los Estados.
La perla de la saga es definitivamente Skyfall (2012, Sam
Mendes). Con el error resultante de una orden inicia este episodio del Bond más
oscuro. Una bala por la consecuencia de una orden impacta fallidamente en el
cuerpo de Bond da inicio al opening que contiene la canción que da nombre el
film. La canción premiada de Adele, “Skyfall”, “caída del cielo”, comienza con
el cuerpo de Bond cayendo desde un tren de movimiento hacia las aguas que se
encuentran en los laterales. Su enemigo será en esta oportunidad Raoul Silva
(Javier Bardem), Tiago Rodríguez, un enfurecido y notable ex agente del MI6 por
la traición de M que por razones políticas y tras sufrir terribles vejámenes
por las autoridades chinas (¿la exposición narrativa de la encarnación de un mal escurridizo para el
ataque militar?) vulnera el edificio de la central de inteligencia británica
advirtiendo el deseo de venganza frente a su antigua jefa. M acepta haber
entregado a un indisciplinado Silva, tras extralimitarse hackeando información
a China, a cambio de la devolución de seis agentes cautivos y una transición
pacífica del territorio de Hong Kong.
El antagonista de ocasión se destaca por su carácter excéntrico,
la persuasión en imponer su modus vivendi y la empatía que genera su historia
lamentable. Junto a Bond conforma un triángulo que cierra M. Uno pretende
matarla, el otro protegerla. Bond, retomando confianza hacia sí y hacia M,
considera aceptable la decisión de su jefa, en un mensaje cabal del sometimiento
del orden de los agentes (paráfrasis de Max Weber de la “ética de las profesiones”
en El político y el científico). A
diferencia de Bond, Silva ya no se sustenta en la valoración a la historia del
Imperio Británico, la pertenencia al MI6 o
los valores occidentales; en una reacción nihilista, desafía al mismo
sistema al cual alguna vez sirvió. La historia reciente de la política exterior
estadounidense ha facilitado la ficcionalización de la teoría del ronin, es decir, del agente expulsado
que opera bajo dis-locado -es decir, sin ubicación espacial predecible- a
semejanza del mito político del radicalismo islámico de Al-Qaeda, una presunta
red fundamentalista que habría participado del ataque a la influencia soviética
en Oriente Medio con ayuda militar de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
La persistencia del pensamiento moderno británico en Bond (imperial,
teleológico) frente al posmodernismo cuasianarquista de Silva (caótico, desestructurado)
resume dos líneas de pensamiento en combate. El final de Silva, sin duda, deja
en deuda a la profundidad que el despliegue del personaje logra a lo largo del
film.
Todo se subsume a la entrega personal al deber, al fin y al cabo el único sustento para evitar la
superficialidad de la existencia ante una trayectoria personal que no admite
una vuelta atrás. La caída, eje central de la película, se manifiesta en las reformulaciones
que se presentan en la introducción: la cercanía con la muerte, el
escepticismo, el descrédito, el envejecimiento y el valor utilitario de los
humano aparecen confrontando con el impulso vital de resistir. Se trata de que
Bond vuelva a ser Bond (¿acaso una metáfora sobre la persistencia del clásico
estilo que define a la franquicia?). Bajo una elegancia impropia de un american way of life -apenas consumismo
sin identidad histórica- y hedonismo que excede el canon súper-heroico, Bond es
una huella del nacionalismo colonialista de los últimos cuatro siglos que desafía
con logrado prestigio el cuestionamiento de su vigencia y utilidad.
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