Moreno, y el testimonio de una crisis democrática
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Uenos Aires, año 1937. El destino
de la civilización occidental asume un estado crítico. Desprovistos de
certidumbre, científicos y propagandistas vociferan diferencias en un contrapunto que nutre el latido acaparador
de la catástrofe próxima.
Moreno era un abogado graduado de la Universidad de Buenos Aires, siendo luego catedrático de Derecho civil en la Universidad Nacional de La Plata, de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales. Sus inquietudes políticas le llevaron inicialmente al ejercicio del periodismo -en los diarios El Tiempo y La Argentina-, y luego, tras su incorporación al conservador Partido Demócrata Nacional, se desempeñó como secretario del Procurador General de la Suprema Corte de Justicia, representante letrado del gobierno en la Capital Federal (1931) y gobernador de la Provincia de Buenos Aires (1941-1943), siendo diputado a nivel nacional por la provincia de Buenos Aires en 1916, 1922, 1930 y declinó un nuevo mandato en 1934.
Moreno era un abogado graduado de la Universidad de Buenos Aires, siendo luego catedrático de Derecho civil en la Universidad Nacional de La Plata, de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales. Sus inquietudes políticas le llevaron inicialmente al ejercicio del periodismo -en los diarios El Tiempo y La Argentina-, y luego, tras su incorporación al conservador Partido Demócrata Nacional, se desempeñó como secretario del Procurador General de la Suprema Corte de Justicia, representante letrado del gobierno en la Capital Federal (1931) y gobernador de la Provincia de Buenos Aires (1941-1943), siendo diputado a nivel nacional por la provincia de Buenos Aires en 1916, 1922, 1930 y declinó un nuevo mandato en 1934.
La
preocupación inicial de Moreno es evitar el “copamiento” del sistema electoral.
En principio, manifiesta su desacuerdo
con el voto secreto al que considera contrario al sistema republicano; si
bien alega que el secreto de voto posibilitaría fraguar las urnas con relativa
facilidad, la objeción principal está dirigida a la relación del elector con su
comportamiento ciudadano, ya que establecería un vínculo irresponsable entre
ciudadano y representante, es decir, la participación del mandante en el
ascenso del mandatario. Es así que todo compromiso de gestión resultaría,
paradójicamente, anulado tras los comicios.
Impregnado
de la interpretación darwinista del positivismo cultural del período, Moreno
admite que en toda sociedad hay dirigentes y dirigidos, debiendo los primeros
acceder al derecho de ser elegidos por su condición de ausentes, valerosos y
autosuficientes. Deben exceptuarse, agrega, los empleados del Estado, a modo de
resguardar su carrera administrativa e independencia.
Facilitada
por oleadas inmigratorias desprovistas de fiscalización pertinente, a los
vicios institucionales domésticos se ha trasladado la inquietud por el
desprestigio de la democracia liberal.
En un liberalismo invadido por el
cientificismo biologicista, considera que “la
primera precaución que debe tomarse de
un país organizado se relaciona con el primer grado de la defensa, que consiste
en no dejar entrar lo que se considera
inconveniente” (p. 177). Resulta curioso aquí el posicionamiento del
autor, que define sin dubitaciones la idea de una nación concluida, omitiendo
las reformulaciones constantes en un país determinado por su élite -a la que
Moreno pertenece- a un cosmopolitismo naif
y permanente. El peligro del choque faccioso anticiparía en gran medida la
Teoría de los Dos Demonios tras la recuperación democrática de 1983.
“«En el
momento social porque atravesamos se perfilan en el orden político dos
tendencias: la conservadora y la extremista. Entre las dos existen matices
diversos, pero en el fondo las diferencias se encuentran bien diseñadas entre
los que quieren la transformación de todo el orden jurídico y los que mantienen
los fundamentos vigentes. Coloco dentro de los conservadores, aun a los
fascistas los que si bien es cierto repudian la democracia, le hacen para
defenderse del extremismo y asegurar los principios de familia, patria, hogar y
religión.
Entre
nosotros, el voto secreto favorece siempre a las oposiciones, y ha sido
alternativamente garantía, mientras se ha aplicado, para conservadores y
radicales, pero a medida que las influencias del extremismo se van extendiendo,
el voto secreto se convierte en el arma por medio de la cual se ultimará al
liberalismo democrático.» (p. 151)
Por
ello, los Estados deberían asumir una “protección poblacional” en
protección del país respecto de a) los inconvenientes de raza; b) los estigmas
personales congénitos o adquiridas y c) los vicios sociales, con el fin de
resguardar los “elementos útiles” que tiendan a impulsar
su progreso. En un mismo plano quedan reducidos agitadores y enfermos. La
postura del autor adquiere un realismo que no admite correcciones, al admitir
la facultad soberana de expulsar a los extranjeros.
«Mientras
haya Estados, mientras existan la guerra y la paz, mientras tengamos nacionales
y extranjeros, el derecho de expulsión no podrá controvertirse y sólo podrán
disentirse dentro de las leyes de cada país acerca de las causas, formas,
oportunidades y jurisdicciones.» (p. 175)
«Todos
los Estados se defienden contra los elementos extraños que consideran
inconvenientes y aceptan también como un lote molesto y fatal, a los elementos
suyos que contrarían su desarrollo. De los nativos se defiende con el código
penal, y de los extranjeros con la expulsión.» (pp.
176-177)
Otro
factor incidente en el desprestigio de las instituciones es la idea de gloria
sostenida por el nacionalismo europeo, entendida como la subordinación de una
presunta heroicidad en la guerra de conquista con gran ascendente en la
ciudadanía. Debe acontecer, así, una prescripción del derecho a demandar
territorios usurpados, que posibilite fronteras estables, prosperidad regional
y perspectivas de disolución de rencillas internacionales.
Un
perceptible antagonismo, encarando en facciones partidizadas por el conflicto
ideológico europeo, es a su vez amenaza de colectivos desmesurados. Nuevos
criterios de representación precisarían de una auditoría de los partidos políticos, especialmente el control financiero
y la vigencia de prácticas institucionales democráticas como ejes de
transparencia institucional. Otro límite a los desbordes que señala es,
curiosamente, su confianza en el voto de
la mujer culta para añadir moderación al sistema político.
Al
aducir que el fundamento democrático habría corrompido los cimientos institucionales
del progreso nacional, la prédica pseudo-republicana de Moreno adquiere las expresiones características de la reacción
conservadora frente al moderno partido de masas, adjudicado como el responsable
del despilfarro de las racas del Estado para usos clientilístico-electorales y
celebración de la demagogia.
Paradójicamente,
si la irracionalidad de las masas tornase evidente, no existe cuestionamiento
al modelo existente de construcción ciudadana tras décadas de gobierno de una
clase dominante que, declarada como filoeuropea, despreció la modernización
productiva limitándose al consumo de modas y bienes suntuosos del Viejo
Continente.
El
texto de Moreno contiene un alto valor testimonial sobre el pensamiento de la élite argentina,
que resguarda el recelo de la ampliación democrática propio de la generación
del ´80, en pleno declive del modelo socioproductivo –la primarización agroexportadora-
que insufló la senda del régimen conservador tras la batalla de Pavón.
Moreno, Rodolfo (1937) La cuestión democrática, Imprenta López, Buenos
Aires, 1937.
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