Razones de Mercado, por Gloria Álvarez (I)
La niña guatemalteca excedió
en 2015 sus quince minutos de fama bajo una lograda estrategia publicitaria
basada en juventud, belleza y el descontento en las clases medias latinoamericanas,
afectadas por el estancamiento económico de la pos-crisis de 2008 y el natural
desgaste de los gobiernos populistas latinoamericanas. Se interpelaba entonces de
manera explícita un problema clásico de las sociedades latinoamericanas: la
identidad política de las clases medias.
Los partidos
institucionalistas tecnocráticos, abastecidos de cuadros políticos de una
procedencia especificable (viejos instrumentos electorales personalistas,
publicistas y técnicos neoconservadores, partidos conservadores, fuerzas
electorales doctrinariamente colaboracionistas con los regímenes militares
genocidas) siendo incapaces de adoptar posiciones de institucionalismo
socialdemócrata, han dado por anacrónicas las ubicaciones de izquierda y
derecha para definir el espectro político, señalando una “gente” ansiosa de
consenso y soluciones, que de una u otra forma serían obstaculizadas por la
forma “populista”.
El retorno a la discusión
sobre el fenómeno de liderazgo de masas es depositado nuevamente en la
comunicación política mediática, donde a través de un ropaje liberal distintos
publicistas, constituyendo un cuerpo estable oradores, que cuestiona el funcionamiento,
finalidad, legalidad e incluso legitimidad del sistema político. El
cuestionamiento aparece particularmente lesivo cuando la operación discursiva
transmuta las ideas hacia la definición de esquemas ideológicos
desestabilizantes de la realidad social en su coyuntura mediante la utilización
despectiva y la recurrencia al comportamiento acusatorio. Versiones
latinoamericanas como Gloria Vázquez o Elisa Carrió interpretan a un mismo tiempo la representación popular y consultor
predictivo. Capaces de obtener con periodicidad la simpatía de grupos
antioficialistas pero dificultados de una construcción política propia, entre
otras cosas, por la imposibilidad de asumir empatía hacia los sectores sociales
más vulnerados, es decir, el electorado de los partidos populistas. Por tanto,
sería mediante la disposición de fondos fiscales que el gobierno populista
tendría la facilidad de disponer de financiamiento para el soborno, la
cooptación y el reclutamiento, estableciendo un régimen que tendría a la
corrupción por rasgo característico. En esta línea argumental, simplista hasta
el mal gusto, los países latinoamericanos que han optado por líderes
carismáticos redistributivos habrían votado por su pobreza, y vivir bajo la
manutención del Estado, dispuestos
igualmente a vender alma y cuerpo al político, manipulador social por excelencia.
Se extiende así la premisa de que un emergente político amorfo
e irregular opera como creación monstruosa en el interior del sistema representativo
(el populismo) y daría nulidad a la normalización
del funcionamiento institucional e impediría la vigencia de una juridicidad transmitida,
cuya suspensión tendría por consecuencia la pérdida de confianza hacia países respetuosos
de los acuerdos entre Estados. De aquí que el populismo es concebido como
ejercicio de manipulación e irresponsabilidad gubernamental, y significación
coyuntural del retraso del sistema de representación y estancamiento de la
producción, distribución y comercio de bienes y servicios.
Reducido a una lógica
política de disposición oportunista de fondos públicos, la conducción populista
de gobierno impregna el campo de disputa de la razón histórica, siendo la
verdad política y la legitimidad institucional los principales ejes en disputa,
con avasallamiento de la memoria histórica a través de operaciones de
cooptación y anulación. En el área económica, el populismo asumido como
“postergación de la pobreza”, siendo predominante la pérdida de empleo genuino
y el sostenimiento de una economía irreal montada sobre subsidios al mercado
interno y de baja competitividad en el comercio internacional. Consecuencias
previsibles del populismo serían el cercenamiento de la libertad de prensa, la
corrupción generalizada en el funcionariado y el control de los precios.
La caracterización de populismo
de las ONG´s neoliberales (con las que dialogan las antipopulistas Carrió y
Álvarez), esencialista, menoscaba los estudios contemporáneos del fenómeno
desde la teoría del discurso, que lo entiende como apenas una metodología de
construcción política. Bajo una operación discursiva en apelación a la
responsabilidad ciudadana latinoamericana en la formación de su propia
historia, los apólogos de la libertad
individual irrestricta trastocan el concepto de seguridad jurídica en convalidación del
desfinanciamiento del Estado; promueven la liberalización de los mercados sin reconocer,
fortalecer y planificar el sector productivo local con mayores ventajas competitivos;
no debatir incentivos estatales para la recomposición social e igualdad de oportunidades; omiten las relaciones entre
mercado interno y comercio internacional; delinean un modelo de ciudadanía en vinculación con el poder adquisitivo;
adulteran el significado de la competencia en sociedades postindustriales de
desarrollo medio con alta concentración económica y naturalizan la
fragmentación de las sociedades mercantilizadas.
Tras el crimen social, la proyección paranoide adquiere el nombre de populismo.
Tras el crimen social, la proyección paranoide adquiere el nombre de populismo.
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